Día fantástico el elegido para nuestra actividad, tanto por el respeto que el tiempo climático tuvo por nuestras actividades al aire libre como por lo mucho que disfrutamos de éstas.
Partimos de La Nava a las 9 de la mañana en dirección a Olmos de Atapuerca, donde visitamos las minas de hierro abandonadas en 1973 y recuperadas por la Junta Vecinal del pueblo para su apertura como lugar turístico, conocido como Mina Esperanza.
Partimos a pie hacia Mina Diana, en cuya entrada nos explicaron algunas de las utilidades del mineral ferruginoso que se extraía del complejo minero, como el uso como pintura facial o mural. Naturalmente, aprovechamos para organizar un improvisado pintacaras con los niños. Luego cruzamos el monte, entre pinos jóvenes y robles otoñales, para alcanzar la entrada a otro de los puntos de extracción del complejo: la Mina San Luis. Un túnel bajo, oscuro y sin salida, al que accedimos con la luz de los teléfonos móviles, evitando pisar las piedras del suelo y descubriendo los insectos blancos que descansaban en la roca.
Más tarde bajamos por fin a Mina Esperanza. Accedimos por donde se sacaba el mineral hacia el exterior, una cuesta empinada con sogas por barandillas.
Recorrimos los dos túneles habilitados para el acceso turístico, aprendiendo nociones sobre los pozos de ventilación, los barrenos con los que se explotaban las rocas, las entibaciones que sujetaban los túneles, los farolillos de queroseno y de carburo para iluminar el trabajo antes de la llegada de la electricidad, las vagonetas de carga... Algunos niños pudieron sentirse mineros por un momento, picando la pared, y hasta vimos un pequeño experimento para provocar una pequeña explosión, con glicerina y permanganato potásico.
Recorrimos los dos túneles habilitados para el acceso turístico, aprendiendo nociones sobre los pozos de ventilación, los barrenos con los que se explotaban las rocas, las entibaciones que sujetaban los túneles, los farolillos de queroseno y de carburo para iluminar el trabajo antes de la llegada de la electricidad, las vagonetas de carga... Algunos niños pudieron sentirse mineros por un momento, picando la pared, y hasta vimos un pequeño experimento para provocar una pequeña explosión, con glicerina y permanganato potásico.
Después de la visita a Mina Esperanza, comimos a la puerta de la Fundación Atapuerca. Allí, aprovechando la moderno diseño del edificio, nuestros chicos posaron para recoger el momento.
Entroncando con la visita minera de la mañana, en el interior del edificio pudimos observar una enorme maqueta de la sierra de Atapuerca a principios del s. XX, cuando intereses ingleses dinamitaron el monte para facilitar el paso del tren cargado de carbón de la Bureba hacia los puertos del norte. En el desfiladero resultante se descubrió lo que daría lugar a los yacimientos de Atapuerca.
Tras la comida, visitamos los famosos yacimientos. Apenas vimos las paredes, estratificadas y marcadas con coordenadas y paneles verticales, detrás de los impresionantes andamios que sirven de estructura para facilitar el acceso a todos los niveles excavados.
Pero lo interesante no era tanto la zona de trabajo como las explicaciones del guía sobre las aventuras y desventuras más probables de los homínidos y animales que poblaron esta zona: cómo caían en la trampa natural que suponía una de las cuevas, cómo vivían en invierno, cómo se ayudaban entre ellos (se han encontrado restos de niños sordos y ancianos fallecidos por una larga infección bucal), qué herramientas utilizaban o qué comportamientos se podían inferir a partir de las marcas en los huesos (como el canibalismo).
Posteriormente, bajamos al Carex, Centro de Arqueología Experimental, para vivir la parte más divertida del día. Allí, los guías nos enseñaron en vivo y en directo, a crear cuchillos de silex de uno y dos filos (bifaces), o raederas para limpiar las pieles de los animales; también nos explicaron cómo aprovechaban los minerales de la zona para crear arte (algunos niños dejaron el contorno de su mano estampado en una de las paredes artificiales) o las cuerdas para producir sonidos de aviso; además, nos enseñaron cómo eran los enterramientos (sin experimento de por medio), a disparar flechas y lanzas como las usadas por nuestros antepasados, dejándonos probar a grandes y pequeños, o a hacer fuego con un arco y un palo.
Como fuimos apretados de tiempo, apenas pudimos visitar todas las cabañas y tipis que incluía el parque temático, pero eso no impidió que nos fuéramos con un buen sabor de boca por todo lo que el día nos había ofrecido y lo mucho y variado que habíamos descubierto sobre nuestros antepasados.
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